miércoles, febrero 04, 2009

El Crecimiento de la Iglesia y la Disciplina de la Iglesia

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Por Gary E Gilley

Indudablemente la actividad más descuidada e incomprendida que cualquier iglesia puede emprender es la de disciplinar a sus miembros.  Nuestra sociedad iguala el amor con la tolerancia.  “Vive y deja vivir” es su mantra; “¿Qué derecho tienes de juzgarme?” Es nuestro reto.  Estas actitudes, claro está, se han infiltrado en las mentes de los cristianos. Únalo al hecho de que la mayoría de los cristianos nunca han presenciado una disciplina de la iglesia bíblicamente basada y nosotros fácilmente lo podemos comprender por qué aun los creyentes sólidos se ponen nerviosos en la simple mención de la letra “D”. Tampoco estoy al tanto de algún seminario sobre crecimiento de la iglesia adoptando la disciplina como una medio para sacar a las masas.  De hecho, la disciplina de la iglesia es incompatible al movimiento sensible al buscador puesto que una meta de la disciplina de la iglesia es la pureza, la cual no es una característica atractiva para la mayoría de los incrédulos y aun para muchos cristianos. Esto, por consiguiente, nos debería dar razón seria para la reflexión cuando nos damos cuenta de que las generaciones pasadas consideraron la disciplina de la iglesia una de las marcas de la iglesia verdadera.  Ciertamente la disciplina ha sido objeto de abuso en el pasado y las instrucciones bíblicas a menudo ignoradas, pero la disciplina siempre ha sido una característica de la iglesia. Es nuestra generación la que está fuera de ritmo tanto con la iglesia histórica y como con las enseñanzas de la Escritura. ¿Qué ha provocado este cambio en la iglesia moderna? Hay dos culpables, por lo que veo: La falta de instrucción bíblica en relación con la disciplina de la iglesia y una perspectiva modificada del pecado.

¿Qué le Pasado al Pecado?

Cuando el alcalde de Washington, D.C., fue arrestado por posesión de cocaína, él inmediatamente fue llevado a un centro de tratamiento, sugiriendo por tanto que él no era un tanto culpable sino que estaba enfermo. Cuando una de las máximas estrellas de béisbol fue acusado de jugar juegos de azar en el deporte, él dijo a la nación que él tenía “un problema:” jugador compulsivo, una enfermedad. Cuando un pistolero mata a tres niños en el patio de la escuela, en vez de llamar a los ministros de las iglesias cercanas, el director llama a los terapeutas profesionales a ayudar a los niños para tratar con sus temores del asesino. Cuando la prensa publica que un ministro ha sido arrestado por un acto indecente en un lugar público, él inmediatamente entra en un centro terapéutico para tratamiento de estrés, mientras sus superiores en la iglesia explican las presiones que él ha estado llevando en el ministerio. [1]

El pecado ha sido borrado de las mentes y los corazones de la sociedad occidental, y la iglesia. Desafortunadamente sin embargo, esto está en armonía con la cultura. Lo que la Biblia llama pecado nosotros ahora lo llamamos enfermedad, trastornos, fobias y síndromes. Esto es más que semántica; es un cambio fundamental en la comprensión de la naturaleza humana y la condición humana. Según la Escritura el gran problema del género humano es que son criaturas caídas; están completamente depravadas - incapaces, no quieren ni pueden agradar a Dios y vivir vidas piadosas (Romanos 3:10-18; Efesios 2:1-3). Lo que los pecadores necesitan no es sentirse mejor acerca de sí mismos, necesitan nacer de nuevo (2 Corintios 5:17). Necesitan que sus pecados sean perdonados (Efesios 1:7), que la justicia de Dios se este en su cuenta (2 Corintios 5:21) y del poder transformador del Espíritu Santo en sus vidas (Gálatas 5:16, 22-25). Los nuevo creyentes ahora se encuentran en (con esperanza) el cuidado de la iglesia local de Cristo; tienen a su disposición la misma Palabra de Dios en la Biblia y el Espíritu Santo está poderosamente obrando en sus corazones. Sin embargo, la batalla con la carne es fuerte (Gálatas 5:17-21), el diablo trata de devorarlo (1 Pedro 5:8) y el mundo siempre lo llama a conformarse (1 Juan 2:15-17).  Bajo tales condiciones que las víctimas de guerra son de esperarse, así es que a nadie le asombra escuchar que los cristianos pecan. Dios hizo provisión para el perdón regular a través de la confesión de esos pecados (1 Juan 1:9) y el arrepentimiento (2 Corintios 7:9, 10).  Además, el medio para la victoria sobre el pecado es encontrada al hacer a un lado nuestro viejo yo, con sus prácticas pecaminosas, la renovación en el espíritu de nuestra mente y adoptar un nuevo yo (Efesios 5:22-24). Contrario a la opinión popular del mensaje de la Escritura, en toda de su simplicidad y su franqueza, es muy positivo: Somos pecadores, pero los pecadores pueden ser perdonados, y a través del poder de la Palabra y el Espíritu Santo pueden vivir en cierto modo “dignos de su llamado” (Efesios 4:1).

Todo los cambios del presente, sin embargo, cuando se trata del gran problema del género humano son mal-diagnosticados. Si estamos enfermos no necesitamos perdón lo que necesitamos es atención médica. Si somos víctimas de desórdenes no necesitamos perdón, necesitamos modificación conductista. Si somos una masa de necesidades emocionales no encontradas no necesitamos perdón lo que necesitamos es que alguien o algo por el estilo encuentre nuestras necesidades. El empaquetamiento del evangelio, así como también nuestras vidas cristianas, mayormente dependen de nuestra comprensión de la condición humana. Después de haber bebido del pozo de la psicología secular por décadas ahora, muchos cristianos e iglesias han perdido el concepto del hombre como pecador, y han aceptado el concepto del hombre como víctima. Si somos víctimas no necesitamos confesar pecados porque no tenemos la culpa. En lugar de eso la culpa está dirigida hacia otra parte. La “canción popular psiquiátrica” de Anna Russell capta este concepto bien:

Fui a mi psiquiatra para ser psicoanalizada
Para averiguar por qué maté al gato y le puse el ojo morado a mi marido.
Él me colocó sobre un sofá blando para ver que podría encontrar,
Y he aquí lo que sacó de mi subconsciente.
Cuando era de un año, mi mami escondió mi muñeca en un tronco
Y así continuó naturalmente, siempre estoy borracha.
Cuando tenía dos años, ví a mi papá besar a la criada un día,
Y por esto es que padezco de cleptomanía.
A los tres años tuve un sentimiento de ambivalencia hacia mis hermanos.
Y así continuó naturalmente y envenené a todos mis amantes.
Pero ahora estoy feliz de que he aprendido las lecciones que ésto me ha enseñado:
¡Todo lo que hago que está mal, es la culpa de alguien más! [2]

No es de extrañarse que un observador se lamentó: “el Pecado realmente ha desaparecido del púlpito. Es una experiencia demasiada deprimente, tengo miedo”.

Simplemente porque la comunidad cristiana haya renombrado o haya reclasificado el pecado como algo más dócil no quiere decir que la esencia del pecado realmente haya cambiado. Si su doctor le diagnosticase con cáncer, pero con el fin de no alarmarle él le dice que su problema es indigestión y prescribe Pepto-Bismol, él le ha hecho un mal servicio. Tan incómodo como pudiera ser, identificar su enfermedad es el primer paso hacia el tratamiento.   Podemos renombrar el pecado pero finalmente sólo estamos engañándonos voluntariamente y condescendiéndonos para nuestro autoengaño, dejándonos vulnerables al poder destructivo del pecado.

La importancia de un conocimiento correcto del pecado es ilustrado por una historia sobre Martin Lutero y un hombre que buscaba una oportunidad para apuñalar al Reformador. Lutero había recibido un retrato del presunto asesino, y dondequiera que él iba, se ponía en guardia en contra del asesino. Usando esto como una ilustración, Lutero dijo: “Dios sabe que hay pecados que nos destruirían, y él por consiguiente nos ha dado retratos de ellos en su Palabra, para que dondequiera que los vemos, podamos decir: 'Ese es un pecado que me puede apuñalar; debo tener cuidado con esa cosa perversa, y debo mantenerme fuera de su alcance.'” [3]

Lo que la iglesia moderna esta teniendo dificultad de comprender en estos días es que las personas realmente son pecadoras. Y porque somos pecadores, a pesar de la obra del Espíritu y las Escrituras, incluso los santos son atraídos por las obras de la carne. Renombrando esos actos a algo más palpable no soluciona el problema. D. A. Carson advierte: “las personas no van a la deriva hacia la santidad. Con la excepción de los esfuerzos impulsados por la gracia, las personas no gravitan hacia la santidad, la oración, la obediencia a la Escritura, la fe y el deleite en el Señor. Vagamos hacia la desobediencia y le llamamos libertad; vagamos hacia la superstición y le llamamos fe. Apreciamos mucho la indisciplina de la perdida de control perdido y le llamamos a ella relajación; andamos con los hombros caídos hacia falta de oración y nos conducimos con engaño a pensar que nos hemos liberado del legalismo; nos deslizamos hacia el ateísmo y nos convencemos de que hemos sido liberados”.[4]

La Disciplina de la Iglesia

Lo que desesperadamente necesita ser rescatado por la iglesia de Cristo hoy es un concepto bíblico del pecado y el poder potencial del pecado en la vida de un creyente. Una vez que sea de nuevo reconocido que la carne, que alberga el principio de pecado, es nuestro gran enemigo, de nuevo estaremos dispuestos a hacer batalla con las armas que Dios ha provisto. Una de esas armas es la disciplina de la iglesia. Para ser seguros éste no es el primer paso para tratar con el pecado – es el último. Normalmente nuestros asuntos sobre el pecado son manejados en un nivel personal y privado al confesar nuestro pecado para el perdón de Dios y buscar el perdón de los demás. Es muy raro para la iglesia local tener que dar un paso adelante y ocuparse públicamente de los pecados del pueblo de Dios. Desafortunadamente, habrá ocasiones cuando esta acción será necesaria, así es que nuestro Señor nos ha provisto de instrucciones para esas situaciones. Las Escrituras claramente trazan las metas, las razones y los pasos relacionados con la disciplina de la iglesia.

Las Metas de la Disciplina de la Iglesia

Hay una serie de objetivos para la disciplina de la iglesia, pero primero debe ser señalado que la meta no es castigar al ofensor. La iglesia no busca venganza, esa es la prerrogativa de Dios (Romanos 12:19); no estar con resentimiento tratando de enseñar una lección. La disciplina no debería brotar de corazones enojados y malignos. De hecho, a menos que una iglesia esté profundamente afligida y triste sobre un hermano o hermana caída no creo que esa iglesia esté en una posición espiritual para tratar con el pecado dentro de sus filas. La disciplina debe brotar de corazones de amor y compasión.

Siendo este el caso, ¿Cuales son las metas de la disciplina?  Primero, la meta de toda disciplina de la iglesia debería ser la restauración del pecador. Gálatas 6:1 lo dice mejor: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.. Cuando un individuo es removido de la iglesia es con el propósito de rescatarlo para Cristo. El objetivo no es librarnos de una persona problemática – para lavarse las manos de una situación difícil y seguir adelante. Es a fin de convencer a este cristiano de la gravedad de su pecado y llevarlo a que vaya de rodillas ante el Señor en arrepentimiento de corazón. Éste es el primer paso hacia el restaurar a este individuo a la comunión de los santos con el Señor.

No sólo ha pecado como resultando en un rompimiento de la comunión con el Señor, también ha dado como resultado una enajenación con el pueblo de Dios. Por consiguiente, la reconciliación con el cuerpo es la siguiente meta de la disciplina de la iglesia. Es interesante encontrar que en Mateo 18, en uno de los pasajes más importantes sobre este tema, la motivación para reprobar a un hermano en pecado es que si él escucha, usted ha ganado a su hermano (v. 15).

Mientras que la restauración y la reconciliación es el resultado deseado para el que está en pecado, la pureza del cuerpo local de Cristo y su protección de la contaminación es igualmente importante. Cuando el apóstol Pablo demandó la disciplina de la iglesia del hombre inmoral en 1 Corintios 5 él reprendió a la iglesia por dejar a este hombre quedarse en su compañerismo. El les preguntó: ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Luego él les ordenó que se limpiaran de la vieja levadura.  Aparentemente se habían felicitado en su tolerancia amorosa de esta situación pecaminosa, pero Pablo no quedó impresionado.  Habían permitido que esta relación adúltera no continuar dentro de su compañerismo no dándose cuenta de que el resultado era la contaminación del cuerpo. Cuando el pecado es ignorado o tolerado, aun en nombre del amor, transmite el mensaje de que el pecado no es de gran importancia. El resultado es una iglesia impura y un mensaje suavizado.

Las Razones para la Disciplina de la Iglesia

En el Nuevo Testamento recibimos ejemplos y órdenes para disciplinar a los cristianos impenitentes por una serie de pecados específicos. El mejor ejemplo conocido es la inmoralidad encontrada en 1 Corintios 5. Concerniente a este hombre cristiano profesante Pablo le dice a la iglesia que lo expulsen del compañerismo (v. 2). Esto implicaba más que un documento de transacción – más que una simple eliminación de su nombre en las listas membresía, o aun de los cultos y compañerismo. La disciplina de la iglesia involucraría una transacción espiritual poderosa en la cual este hombre viviendo en pecado no confesado manifiesto realmente sería entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús. Quitando al individuo del cuerpo él era ahora colocado en el sistema mundano: el dominio de Satanás mismo. Aquí, fuera de la protección de la iglesia él era un buen blanco para el diablo. La meta de esta acción sería que el hombre vería su pecado y se volvería a Cristo.

Una acción similar debe ser tomada por la herejía doctrinal. En 1 Timoteo 1:20 encontramos a Pablo entregando a Himeneo y Alejandro a Satanás para enseñarles a no blasfemar, lo cual en el contexto tenía relación al rechazo de la fe. Más tarde en 2 Timoteo 2:18 la herejía doctrinal particular de estos hombres tiene que ver con la enseñanza falsa respecto a la resurrección. A menos que tales hombres sean públicamente reprendidos, sus doctrinas falsas se propagarán como gangrena (2:17).  Por supuesto que Pablo no establece referencias para diferencias teológicas menores entre cristianos, pero cuando las doctrinas cardinales de la fe son objeto de ataque no puede haber compromiso.

Sacarlo de la iglesia es también adoptado por ser reiteradamente divisivo. En Tito 3:10 recibimos instrucciones de rechazar a un hombre divisivo después de una primera y segunda advertencia.  En pasajes como 2 Tesalonicenses 3 las causas para la disciplina de la iglesia son ampliadas para incluir pecados públicos, no confesados y deliberados de cualquier tipo. El versículo seis nos llama a que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros. Luego después de que un debate de cristianos que se rehusaron a trabajar para vivir, Pablo concluye: si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence. Mas no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano. (vv. 14-15). 1 Corintios 5:11-13 lo resume bien, Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros.

Se debe reconocer el hecho de que la Escritura no demanda una cacería de brujas santificadas donde todo el mundo vive con un miedo fatal de cometer un desliz y afrontar una remoción de la iglesia. Aquellos que son disciplinados no son aquellos que luchan contra la carne, perdiendo algunas batallas, confesando su pecado y siguiendo adelante para Cristo. Esa es una descripción de todos los creyentes. La disciplina es reservada para aquellos que han elegido pecar, están viviendo un estilo de vida impío, rehusándose a confesar y a verdaderamente arrepentirse, y vivir vidas que evidencian arrepentimiento. Estos son los individuos que afirman ser cristianos pero se burlan ante su Señor con sus acciones.  Después de intentos repetidos de llamarlos a andar con Cristo se han negado, y ahora viven lo que Pablo llama una vida rebelde.

Los Pasos para La Disciplina de la Iglesia

La mayoría considera a Mateo 18:15-20 la mejor explicación de los pasos que necesitan ser tomados al tratar con una persona que anda en pecado. Esto es probablemente sabio, pero debería ser notado que cuando estas palabras de nuestro Señor fueron dichas a la iglesia, como el cuerpo de Cristo del Nuevo Testamento, la iglesia aún no se había formado aunque Sus palabras anticipan que pronto lo sería. Además, las epístolas, las cuales explican la vida en el Nuevo Testamento, nunca repiten estos pasos aunque Tito 3:10 se acerca mucho. También debería ser notado en los ejemplos dados arriba no tenemos indicación de que la fórmula de Mateo 18 fuese seguida. Esto puede ser porque Jesús parece ocuparse de pecados privados en contra de un individuo en vez de pecados públicos aunque esto no puede ser dogmáticamente establecido. No hay necesidad para mí de que vaya privadamente a discutir el fracaso moral de un cristiano que está abiertamente viviendo con alguien que no es su esposa. El primer paso de Mateo 18 podría ser brincado en este caso y puedo iniciar los pasos 2 o 3. Vemos este patrón en la reprensión de Pablo a Pedro en Gálatas 2, y en su pronunciamiento público del hombre en inmoralidad en 1 Corintios 5. Sin embargo, por regla general Mateo nos sirve muy bien, pues cuando vemos a un hermano en pecado (ya sea si haya pecado en contra de nosotros o no), como cristianos preocupados deberíamos personalmente, o con otros, acercarnos al compañero creyente y reprenderle. (v. 15). Por la gracia de Dios su hermano puede escuchar esta reprensión amable, y tomar las medidas oportunas para hacer frente a su pecado. Afortunadamente, la inmensa mayoría de pecado que surge es solucionado en este nivel, pero ocasionalmente se vuelve necesaria ir a la siguiente etapa en la cual dos o más “testigos” se involucran. Este paso es para “confirmar el hecho” del pecado. Es posible que a estas alturas los testigos vean la situación de manera diferente. Quizá el mismo reprobado tiene sus hechos torcidos.  Posiblemente hay un malentendido en vez de un pecado. Los testigos, quienes deberían ser personas piadosas, deben ordenar todo esto y determinar los hechos en cuestión. Si se determina que el individuo está ciertamente en pecado deben llamarlo al arrepentimiento. Si este llamado es rechazado el pequeño grupo debe decirlo a la iglesia. Hay algunas diferencias de opinión en este punto en cuanto a lo que esto significa. ¿Se debe informar a toda la iglesia o solo al liderazgo espiritual? De cualquier forma la iglesia ahora debe llamar a este hermano al arrepentimiento. Es sólo después de que la iglesia ha sido rechazada que el paso final de la disciplina de la iglesia se lleva a cabo. Jesús dijo que a tal persona puede ser tenido por gentil y publicano (v. 17).  Cuando comparamos esta declaración con 1 Corintios 5:11 – Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano… y 2 Tesalonicenses 3:14b-15 – y no os juntéis con él, para que se avergüence. Mas no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano, y Gálatas 6:1 – vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, nos vamos con un cuadro más claro de lo que Jesús demanda. No debemos eludir, menospreciar o tratar con descortesía a aquellos bajo disciplina.  Pero no debemos tener compañerismo, adorar o socializar con ellos (con el tal ni aun comáis). La meta no es infligir daño sino para convencerlos de la gravedad de su pecado y de las consecuencias de su rebelión en contra de Dios y mantener la pureza de la iglesia. El objetivo, una vez más, es la restauración.

Conclusión:

En el crecimiento a cualquier costo de la mentalidad moderna cristiana, la disciplina de la iglesia es extraña y desagradable al gusto. “Las iglesias se han convertido en hospitales donde las almas enfermas en pecado reciben aspirinas y entretenimiento para distraerlas de las enfermedades de sus almas. Dios nos perdone, estamos más preocupados por números que por santidad”[5]. Los cristianos determinados a agradar a Dios verán el valor y la importancia de la disciplina de la iglesia en nuestros esfuerzos de pastorear el pueblo de Dios.

[1] Bruce Shelley and Marshall Shelley, Consumer Church, (Downers Grove, IL; InterVarsity Press , 1992), p. 126

[2] Taken from Alistair Begg, What Angels Wish They Knew (Chicago,: Moody Press, 1998), pp. 151-152

[3] C. H. Spurgeon, Lectures to my Students (Grand Rapids,: Associated Publishers and Authors, 1971), Volume 3, p. 58.

[4] D.A. Carson, For the Love of God, Volume 1 (Good News Publishers, 1998)

[5] John White and Ken Blue, Healing the Wounded (Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press, 1985) p. 34.

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