jueves, noviembre 03, 2011

La Domesticidad Idealizada

clip_image002

La Domesticidad Idealizada


Si uno de mis hijos me acercara y me dijera: “Voy a limpiar mi cuarto como me lo pediste. Voy a tener un tiempo con mis libros y a pintar la caja para recoger mi ropa del suelo. Me gustaría leer o pintar en vez de hacer algo tan mundano, pero encuentro que el ritual de colgar la ropa y hacer la cama me da alimento espiritual que compensa el tiempo y el esfuerzo de la obediencia”. Yo no sabría si darle una ducha de agua fría o consejería.

Pero usted puede comprar libros cristianos para mujeres que hablan de la maternidad misional, aspectos sacramentales de la economía doméstica, y la experiencia sagrada de la educación en el hogar en una granja. Algunos de estos fueron escritos en respuesta a las mujeres que se sienten que estar en casa con los niños es un trabajo penoso, a pesar de que creemos que es correcto - las mujeres que renunciaron a carreras para criar a sus hijos, pero no han encontrado la realización o la alabanza pública de un marido que creían que podrían recibir. Las mujeres se han quedado en casa esperando a estar contentas y felices lavando las vasijas sólo porque saben que están haciendo lo mejor para sus hijos, y en su lugar están cansadas, desanimadas y hambrientas de una conversación de adultos. La literatura nueva de mamá a menudo trata de abordar esto alentando a que las madres que se quedan en casa se sientan como si están haciendo un trabajo religioso, mientras hacen las tareas del hogar.

Al tratar de ayudar a las mujeres a que se sientan mejor acerca de lavar la ropa en lugar de un trabajo de oficina, sin embargo, estos autores han creado un ideal alternativo anti-bíblico. Sus reflexiones sobre el sacramentalismo, las experiencias de euforia en tareas mundanas, ó la santidad de cambiar los pañales suenan más parecido a la descripción de una monja católica de orfanatos, que una mujer protestante criando de los hijos bíblicamente.

Sabemos por las Escrituras que toda la vida de be ser de adoración: “ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.” (I Corintios 10:31). Pero la santidad no viene cuando nos sentimos como que somos santificados, o haciendo progresos religiosos mientras fregamos el baño. Viene cuando estas tareas son apartadas para la gloria de Dios, mediante la oración, aun cuando nadie más que el Señor sabe que hicimos lo mejor de nuestra capacidad por amor a El, incluso si estas las hicimos con lágrimas.

La santidad es Monica agonízando en oración por su hijo Agustín, cuando vivía en lo que más tarde llamó “un caldero hirviente de iniquidad”. Ella agonizaba por él hasta que murió, y nunca lo vio convertirse en el gran instrumento que se hizo en la mano de Dios. La santidad es Maggie Paton trabajando sin quejarse por décadas en una isla remota, sin saber que su servicio a su marido daría frutos eternos. La santidad es una viuda siendo fiel en la oración por la Iglesia, incluso cuando nadie la visita en el hogar de ancianos. La santidad es ser fieles en lo que Dios nos ha llamado a hacer en esta tierra, aunque nadie –incluido su marido, sus hijos o la iglesia– lo reconozca. Se trata de obedecer, incluso cuando nos sentimos que la obediencia es estéril. Esto significa morir a sí mismo en silencio y sin quejarse viviendo en el servicio del Salvador. Sembrar con lágrimas terrenales y cosechar con gozo eterno (Salmo 126).

Esta literatura nueva de mamá pasa por alto el hecho de que todo el esfuerzo y la repetición y el cansancio y la prisa que vienen con la maternidad del quedarse en casa son normales. Levantarse de la cama temprano, cambiar un pañal, preparar el desayuno en la mesa y el embalaje de un almuerzo para su esposo, día a día, no es sacramental. Ni siquiera es ritual. Es de rutina. Es normal. Si usted observa las mujeres en la historia de la Biblia y de la iglesia que modelaron la feminidad piadosa, verá que no vieron nada inusual santo o cambio-terrenal en su humilde servicio. De hecho, el trabajo duro, la multitarea, la maternidad en circunstancias difíciles, la soledad, ofrendar estando económicamente ajustados, el lento crecimiento espiritual, el cansancio, ayudar al marido ocupado, practicando la hospitalidad inconveniente, al mismo tiempo haciendo las devociones diarias y asistiendo a las reuniones semanales de oración y la adoración en el día del Señor (con una fecha ocasional por la noche) es muy normal para la mujer cristiana. No hay nada extraordinario en renunciar a una carrera para quedarse en casa y educar a sus hijos, sino que debería ser normal. La Biblia muestra que la facilidad y la comodidad son generalmente los atributos de la vida de los incrédulos. El auto-sacrificio es normal para el creyente. Nuestro Salvador vivió una vida terrenal de pobreza y sufrimiento –nosotros las madres que debemos esperar una vida de trabajo difícil para el Reino y orar por la gracia de hacerlo con alegría y en silencio.

Esto es el ideal doméstico de las Escrituras. Sea alentada, nuestro trabajo fiel nunca quizás será notado o parecerá dar sus frutos terrenales, si lo hacemos por amor a Cristo, en agradecimiento por Su amor expiatorio, vamos a escuchar Su aprobación: “Bien hecho, siervo bueno y fiel... Entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:23). Ese objetivo nos debe permitir tomar la plancha con gozo.

Rebecca VanDoodewaard

Ama de casa y redactora independiente

No hay comentarios: