viernes, marzo 16, 2012

Las Palabras Más Humildes

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Por Tim Challies

Pablo era un hombre humilde. Leer su vida y leer sus cartas, es encontrarse con el testimonio de un hombre que había sido capturado por completo por el orgullo hasta que el Señor lo puso en libertad. Libre de la cautividad del orgullo ahora podría decir, “Jesucristo vino a este mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.” Pasó su vida entre los pecadores, se esforzó por convencer a los pecadores de la gracia, entregaba a los hombres a Satanás para que aprendieran a no blasfemar, y aún pudo decir que él, él mismo, fue el primero de los pecadores. Miró a su propio corazón, a su propia vida, y declaró: Yo soy el pecador más grande que conozco.

Se necesita humildad para decir esas palabras, sin una pizca de orgullo, pero esos no son sus humildes palabras. Las palabras más humildes de Pablo fueron escritas a los cristianos de Corinto. A ellos les dijo: “Os exhorto, pues, sed imitadores de mí.”

“Sean como yo.” Esas son palabras que pueden provenir del más orgulloso de los corazones y, de hecho, todos deseamos que los demás sean como nosotros. El pecado es esencialmente narcisista y la cura que proponemos para la mayoría de los males del mundo es para los demás ser más como nosotros. “Si tan solo ella viera las cosas a mi manera.” “Si tan sólo lo hiciera como yo quiero que lo haga.” Pecar es ponerse en el lugar de Dios, declarar que tu voluntad debe hacerse. Adán y Eva querían que su voluntad fuese hecha, incluso si eso se hacía a expensas de la de Dios, usted y yo no somos más sofisticados de lo que ellos eran.

“Sean como yo.” Esas palabras también pueden venir del más humilde de corazón. Ellas pueden venir de un corazón que ha sido completamente transformado y que ahora está paralizado por completo. “Sed imitadores de mí como yo de Cristo.” Pablo quería que los demás lo imitaran sólo porque él mismo estaba imitando a Jesucristo. Pablo tuvo una evaluación realista de lo que él había sido, un orgulloso fariseo, una autoridad religiosa, un hombre cuyas credenciales académicas eran sin precedentes, cuyo curriculum vitae era inigualable. Sin embargo, aun para todo eso su corazón había sido infinitamente distante de Dios. Él había odiado y perseguido a Dios a su pueblo, tratando de destruir a su novia.

Pablo tuvo una evaluación realista de quién había sido y un humilde sentido de que el Señor había hecho ahora lo que era. Se maravilló ante las evidencias de la gracia de Dios en su vida, se alegró de ver cómo el Señor se revelaba cada vez más de sí mismo para él, en él, a través de él. ¿Quién era él, que era el perseguidor de la iglesia, para ser objeto de tal misericordia? Humillado por la gracia, el vio a los que estaban donde había estado una vez y con amor, dijo, “me imitéis.” Decir cualquier otra cosa hubiera sido el colmo de la soberbia, sino que habría sido negar todo lo que el Señor había hecho. Jared Wilson dice así: “El orgullo puede parecer una arrogante confianza en sí mismo, o bien puede parecer una tímida autocompasión. La verdadera humildad es valiente no conciente de sí mismo.” Fue este profunda no auto conciencia lo que permitió a Pablo pedir a la gente que amaba, incluso ponerse a sí mismo como un ejemplo para ellos.

Cuando usted tiene en cuenta lo que fue alguna vez, si usted tiene cuenta toda la gracia que el Señor ha derramado sobre usted, si tiene en cuenta las personas que están todavía en infancia espiritual, ¿tendrá el animo, tendrá la fuerza, tendrá la humildad de decir, “imítenme”?

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