jueves, julio 10, 2014

La Envidia Siempre Gana

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Por Tim Challies

He escrito sobre la envidia antes y he referido a él como “el pecado perdido.” La envidia es un pecado que del soy propensa, aunque me siento como que es uno de los pecados que he luchado duramente en contra y, al luchar, he experimentado una gran cantidad de la gracia de Dios. No es tan frecuente en mi vida como lo era antes. Recientemente, sin embargo, me pareció que amenazaba con levantar su fea cabeza otra vez y pasé un poco de tiempo reflexionando sobre ello. Aquí hay tres breves observaciones acerca de la envidia.

La Envidia es Competitiva

Soy una persona competitiva y creo que es la vena competitiva que permite que la envidia haga sentir su presencia en mi vida. La envidia es un pecado que me hace sentir resentimiento o ira o tristeza porque otra persona tiene algo u otra persona es algo que yo quiero para mí. La envidia me hace consciente de que otra persona tiene alguna ventaja, algo bueno, que yo quiero para mí. Y aún hay más: La envidia me hace querer que la otra persona no lo tenga. Esto significa que hay por lo menos tres componentes malvados a la envidia: el profundo descontento que viene cuando veo que otra persona tenga lo que quiero; el deseo de tenerlo para mí mismo; y el deseo de que sea tomado de él.

¿Lo ve usted? La envidia siempre compite. La envidia exige que siempre hay un ganador y un perdedor. Y la envidia casi siempre sugiere que yo, la persona envidiosa, soy el perdedor.

La Envidia Siempre Gana

La envidia siempre gana, y si gana la envidia, yo pierdo. Aquí está el asunto sobre la envidia: Si tengo esa cosa que quiero, yo pierdo, ya que sólo va a generar orgullo e idolatría dentro de mí. Voy a ganar esa competición que he creado, y llegar a ser orgulloso de mí mismo. La envidia promete que si yo sólo consigo eso que quiero, finalmente seré satisfecho y por fin voy a estar contento. Pero eso es una mentira. Si consigo esa cosa, sólo voy a crecer orgulloso. Yo pierdo.

Por otro lado, si no consigo lo que quiero, si me pierdo esa competencia, soy propenso a hundirme en la depresión o la desesperación. Envidia promete que si no consigo lo que quiero, mi vida no vale la pena vivir porque soy un fracaso. Una vez más, yo pierdo.

En ambos casos, pierdo y la envidia gana. Envidia siempre gana, a menos que yo haga morir el pecado.

La Envidia Divide

La envidia divide a las personas que deberían ser aliados. La envidia lleva a la gente lejos de poder trabajar en estrecha colaboración. La envidia es inteligente, ya que hará que me compare con la gente que es muy parecido a mí, no a las personas que son diferentes a mí. Es poco probable que envidie a la superestrella de los deportes o el famoso músico, porque la distancia entre ellos y yo demasiado grande. En cambio, es probable que envidie al pastor que está justo en la otra calle de mí pero que tiene una congregación grande o un edificio más bonito; es probable que envidie el escritor cuyos libros o blogs son más populares que los míos. Donde yo debería ser capaz de trabajar con estas personas sobre la base de intereses similares y deseos similares, la envidia en su lugar me lleva lejos de ellos. La envidia les hará mis competidores y mis enemigos, más que mis aliados y compañeros de los trabajadores.

¿Cuál es la cura para la envidia? No puedo decirlo mejor que Charles Spurgeon: “La cura para la envidia está en vivir bajo un constante sentido de la presencia divina, la adoración a Dios y en comunión con Él todo el día, a pesar de cuan largo pueda parecer el día. La verdadera religión eleva el alma hacia una región más alta, cuando la juicio se hace más claro y los deseos son más elevados. Cuanto más del cielo haya en nuestras vidas, menos de la tierra hemos de codiciar. El temor de Dios echa fuera la envidia de los hombres.”

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