lunes, agosto 08, 2016

Cómo Compartir el Evangelio

ESJ-015 2016 0808-003

Cómo Compartir el Evangelio

Alberto Solano

1. Háblale de Dios

Dios como creador de todo. Dios es el creador de todo lo que existe. Mira a tu alrededor, tu persona, la naturaleza, el universo entero; todo lo que existe ha sido creado por Dios (Génesis 1:1). Antes de que existiese la tierra y todo lo que vemos estaba Dios y solamente Dios. Él creó todo detalle en la creación. En su mente infinita y perfecta él ingenió absolutamente todo. ¿Por qué? Él no lo hizo porque se sentía solo o porque necesitaba a los humanos. Más bien él diseñó y creó todo por causa de su gloria y placer.

Dios como dueño de todo. Puesto que él creó todo, es por lo tanto el dueño de toda criatura (Salmos 24:1-2). Dios, siendo el diseñador y hacedor del mundo, tiene completa autoridad y no ha dejado nada fuera de su soberanía divina. No sólo eso, sino que Dios posé atributos divinos los cuales solamente él tiene, tales como su omnipotencia (Dios es todopoderoso por encima de cualquier poder en el universo), omnisciencia (Dios conoce todo lo que ha ocurrido, está ocurriendo y ocurrirá) y omnipresencia (Dios está presente en todo lugar en todo momento).

Dios como Dios santo y perfecto. Dios es santo (1 Juan 1:5), esto quiere decir que él es completamente distinto de todo lo que vemos y experimentamos en este mundo. Él es mayor, más grande y distinto de nosotros, siendo su santidad trascendente e infinita (Mateo 5:48). En su santidad perfecta Él requiere que las personas obedezcan sus instrucciones y su ley (Santiago 2:10). En esencia es simple: Dios creó el mundo, estableció leyes que deben ser obedecidas y ahora espera que las personas las obedezcan por completo, teniendo él el derecho de demandar esto por haber sido el creador y soberano sobre el universo.

NO HAY UN SOLO JUSTO, NI SIQUIERA UNO

2. Háblale del pecado

¿Cómo comenzó? Sin embargo, la gente ha quebrantado la ley de Dios. Cuando Dios creó el mundo, él creó dos seres humanos: Adán y Eva, el primer hombre y mujer (Génesis 1:26-28). Cuando Dios los creó, los creó perfectos y buenos. Pero esto no duró, y no mucho tiempo después de su creación desobedecieron a Dios, siguieron el consejo del diablo y por lo tanto fracasaron en obedecer a la perfección la ley de Dios. Dios, al ver la desobediencia de Adán y Eva, maldijo la humanidad, permitiendo así que el pecado entrase al mundo. A partir de ese momento todo ser humano que nace es por naturaleza rebelde hacia Dios y desobediente a sus leyes. Por lo tanto no hay un solo justo, ni siquiera uno (Romanos 3:10).

¿Cuál es la consecuencia del pecado? Debido a que cada persona que jamás haya vivido ha nacido manchado de pecado, muerto en delitos y transgresiones delante de Dios (Efesios 2:1-3), todos son contados como rebeldes, desobedientes y incapaces de cumplir con las expectativas de obediencia perfecta (Romanos 3:23). La pena de tal pecado es clara: la muerte, la muerte no sólo física, sino también la muerte espiritual (Romanos 6:23). Los que han nacido en esta naturaleza pecaminosa merecen ser castigados con muerte espiritual por su desobediencia ante un Dios santo y justo. Esto significa una sola cosa: separación eterna de Dios. Dios, siendo totalmente santo, no puede permitir que el pecado y la desobediencia residan en su santidad, siendo la única solución el ser condenados a un castigo eterno por causa del pecado.

¿Cuál es la solución? ¿Qué podemos hacer para salvarnos de tal condenación? Nada. No podemos salvarnos de tal separación eterna de Dios, pues en nuestra pecaminosidad estamos incapacitados de elegir a Dios y hacer suficientemente cosas buenas para lograr la obediencia perfecta que requiere Dios (Tito 3:5). Los hombres son totalmente depravados, esto es que no son capaces de obedecer a Dios ya que están muertos espiritualmente, incapaz de alcanzar una posición redimida ante Dios (Isaías 64:6). Los hombres están muertos en pecado y totalmente ciegos a cualquier deseo de agradar a Dios (Efesios 2:8-9).

3. Háblale de Jesús

¿Quién es Jesús? Dios, teniendo pleno conocimiento de todo lo que ha sucedido y sucederá, sabía que los humanos no serían capaces de obedecerle perfectamente y que Adán y Eva pecarían, distorsionando así la naturaleza en la que cada ser humano nace. Y en su amor, compasión y misericordia, envió a su único hijo al mundo, Jesús. Nacido de una virgen y siendo Dios y hombre sin pecado a la vez (Colosenses 2:9), vino a esta tierra con el fin de restablecer la gente de vuelta a una relación correcta con Dios. Dios mismo tomó la forma de un hombre con el fin de entrar en este mundo para salvar a pecadores, pues los hombres no pueden alcanzar una posición correcta delante de Dios por sí mismos.

¿Por qué murió Jesús? Debido a que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23), se necesitaba que alguien no contaminado por el pecado muriera para pagar el castigo de los pecados. Así fue como Jesús, un hombre sin pecado y Dios mismo, muestra el amor de Dios en su propia muerte en la cruz, pagando así la pena del pecado (Romanos 5:8). En esencia, Dios puso nuestros pecados sobre Cristo con el fin de que los que Dios amó pudieran ser hechos limpios de pecado delante de Dios (2 Corintios 5:21). En otras palabras, los que fueron hechos justos delante de Dios no lo lograron por su propio esfuerzo o deseo, sino que fueron justificados por una justicia ajena que fue imputada sobre ellos en la muerte de Cristo (1 Pedro 2:24). Cristo tuvo que vivir una vida sin pecado, sufrir y morir en la cruz para ser el redentor del pueblo de Dios, a fin de presentarlos limpios y sin mancha delante de Dios. Aunque la gente todavía no puede obedecer perfectamente la ley de Dios, la muerte de Cristo ha pagado el precio de todos nuestros defectos y nos ha hecho justicia de Dios por medio de la muerte de Cristo en la cruz.

¡Ésta es la belleza y el milagro de la cruz! Pecadores son contados como perfectamente obedientes basados en la perfecta obediencia de Cristo, siendo obediente hasta la muerte en la cruz. Dios no sólo envió a su Hijo a morir en la cruz, sino también lo levantó de entre los muertos (1 Corintios 15:4). Jesucristo está ahora vivo a la diestra de Dios en el cielo.

4. Háblale de la salvación

La salvación que Dios logró a través de la muerte de Cristo no es universal, lo que quiere decir que no todo el mundo está ahora a salvo de un castigo eterno por desobedecer la ley de Dios. Hay algo que se debe hacer para ser salvo de la pena del pecado y ser contado entre los que Dios ha restaurado por medio de la muerte y la resurrección de Cristo: creer y arrepentirse. Para ser salvo debe haber arrepentimiento de todo lo que deshonra a Dios (Isaías 55:7) y de los pecados que se han cometido. Y su vez debe haber una creciente separación de todo lo que desagrada a Dios, sabiendo que Dios persona a todo pecador que se arrepiente (Lucas 9:23).

No solo tiene que haber arrepentimiento, sino que también se debe creer en Cristo como Señor y Salvador (Romanos 10:9). Esto significa creer en Jesucristo tanto como Salvador de la pena del pecado y como amo y Señor, pues así como Dios se convirtió en el gobernante de todo lo que existe al crear el mundo, así también Cristo es la cabeza de los que, por la obra divina de salvación hecha de parte de Dios, han sido llamados a salvación y ahora experimentar una relación restaurada con Dios. Sólo aquellos que por la fe se arrepienten y creen serán hechos vivos en Cristo y su sus pecados limpios y borrados en la cruz de Cristo.

Los que no se arrepienten y creen en la verdad del evangelio de Cristo, su muerte y resurrección, les espera un castigo eterno por causa de sus pecados, pues no obedecieron perfectamente a la ley de Dios ya que su naturaleza pecaminosa les imposibilita hacerlo (Romanos 8:1-8). Pero aquellos que se arrepienten y creen, Dios promete perdón competo en Cristo, redención de todos los pecados a través de la muerte de Cristo en la cruz, comunión con Dios Padre y una futura morada eterna con él en el cielo.

Publicado originalmente aquí

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Alberto Solano, graduado con una Maestría en Divinidad (M.Div.) en The Master’s Seminary, actualmente estudia una Maestría en Teología (Th.M.) con énfasis en el Nuevo Testamento. Aparte de servir en el ministerio hispano de Grace Community Church, Alberto trabaja en el departamento de admisiones del seminario.

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